Carón - Ciclo 9496 (Parte II)

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Cuando trasladaron a Bill por petición propia a las granjas me di cuenta de que era la única persona con la que podía ser realmente yo. Era un completo incomprendido, alguien que había dejado su labor como ingeniero en ventilación en su silla acolchada con todas las comodidades para venir a limpiar filtros, vigilar luces de crecimiento y oler a mierda reciclada. Es la única persona con la que "estar" no es significado de dar o recibir algo a cambio, no tiene un valor egoísta o servil: es cómodo. Podemos hablar durante horas, sin llegar a estar de acuerdo nunca. 

    Él me deja muy claro quién soy yo, siempre sutil, sin ir embistiendo de frente como hacen el resto cuando me apartan la mirada en las reuniones. Bordeando el "elefante en la habitación", dibujando bien el perímetro sin pisarlo: que soy un niño mimado de la parte alta de la misión. Un elegido por derecho de nacimiento por mucho que los textos, salmos y canciones que nos repiten a diario como martillos en un yunque nos digan que aquí todos somos iguales. —"Unos más que otros"— Me dice a veces, aunque nunca sé muy bien qué quiere decirme. 

    Estas palabras suelen enfadarme, porque sé que esconden una crítica a mi mera existencia, aunque no la entienda: 

—"Yo no soy bienvenido arriba, soy un apestado, ¡me han mandado a limpiar filtros hidropónicos en las granjas!"— 

Mi madre se ríe cada vez que me lo recuerda. Bill siempre me mira fijamente y me dice algo grandilocuente con lo que zanjar la conversación, tener razón y encima quedar bien: 

—"Te hace hacer lo mismo que hacen los demás. Lo ves como un castigo y solo puede legitimarte. Estás colaborando con el pulmón y estómago de la nave. Eres una hormiga más que cuida de este jardín. Para muchas culturas antiguas, en la Tierra, el paraíso es un jardín y cuidarlo no tiene que ser un castigo. Solo te desagrada porque en el fondo crees ser algo mejor que los demás. El cuento de que aquí todos somos iguales empieza a no ser bien recibido en algunos sectores y tu madre no es ajena a ello. Te ha mandado aquí para demostrar que ellos, tú, os ensuciáis las manos igual que lo hacemos todos."— 

¡Qué rabia da!

    Bill cree que mi madre es más lista de lo que me parece a mí. Que tiene un buen plan preparado para mi futuro. Uno en el que legítimamente soy el líder de la nave y nadie puede decir que soy otro niño crecido entre algodones que desconoce lo que se hace abajo, que no se ha manchado la ropa ni las manos, que no ha temido por su vida o por sus extremidades. Mi incomodidad presente será mi seguro de vida futuro. Nunca lo he creído. Bill siente un profundo odio hacia mi madre y hacia al resto de ancianos, —“bramadores” los llama—: "solo saben gritar y repetir tonterías, siempre nos cuentan historias desde la perspectiva que les interesa y no nos dejan hablar, solo escuchar". Creo que Bill quiere tener un rival digno y convierte la figura de mi madre en una especie de ser mitológico al que derrotar. Alguien que justifique sus sacrificios y sus visitas nocturnas en las reuniones. Yo siempre le digo que es una simple y una tonta, que solo vive por inercia acumulada. Hace lo que tiene que hacer porque ya se ha hecho antes, como el diente de un engranaje encaja con el siguiente sin más objetivo que seguir girando. 

    El agua caliente de la ducha relaja los músculos de su cuerpo. Se estira y medita bajo ella, sin miedo a un gran dispendio. Esta agua es la misma que habitará en su cuerpo en horas o días, la misma que han expulsado sus compañeros. La que brota de la respiración de las plantas en la granja. La misma que humedece con rocío artificial cada una de sus falsas mañanas. 

    En la Carón no hay horas. Cada habitáculo tiene sus ritmos circadianos preparados. Fuera, siempre es pleno "día". Los habitantes portan un reloj que les indica en que momento del ciclo están, cuando deben tomarse su descanso, volver a su habitáculo y frenar su cerebro para poder dormir con el surtido de estímulos adecuado. 

    Cierra la llave de paso y sale a secarse con su toalla que probablemente esté hecha de todo tipo de seres y objetos que se han ido reciclando en este ciclo sin fin de la materia de la nave. Esta toalla es el representante directo de un barco de Teseo de la repugnancia. El deshumidificador de la estancia se activa y recoge a toda prisa la valiosa humedad para ser reutilizada allá donde un compañero la necesite. 

    Mientras se viste, su desayuno a base de proteína vegetal y fibra le espera en la mesa. Las impresoras le han dado forma de vistosas y coloridas frutas, muy apetecibles, con aromas casi idénticos a los originales. O eso dicen. Hoy parece que toca fruta estrellada y sandía. Es curioso como la fruta estrellada, la sandía, el melón, los melocotones o las castañas saben casi igual. Parece un despilfarro de formas y colores para tan poco aroma.