Carón - Ciclo 9496 (Parte V)
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El trabajo en la granja es menos desagradable de hacer que de pensar en hacerlo. Cualquier labor manual está denostada socialmente. Cargada de un halo de podredumbre intelectual o de prestigio, según se mire. Sin embargo, más allá de lo fácil que es caer en su romantización, tiene un par de ventajas que no son ajenas a Eliot.
La primera es que cualquier trabajo hecho con las manos tiene una recompensa que se materializa con la finalización de un proyecto que se puede ver y tocar, que se puede analizar o compartir y que genera la semilla de otros potenciales proyectos, relacionados o no. Esto Bill siempre lo ha dejado claro. El trabajo en una silla acolchada parece apetecible sobre el papel, luego es un dolor de culo y espalda sin fin. Una mullida cárcel que embota el cerebro y resiente las posaderas.
La segunda es que una vez la tarea es rutinaria y se tiene sobre ella cierto control puede hacerse en un segundo plano, permitiendo un pensamiento más profundo sobre empresas que realmente nos puedan apasionar. O simplemente oír el silencio total en nuestra cabeza, liberándonos de pensamientos intrusivos y ansiedad.
Estas ideas iban rebotando por la cabeza de Eliot mientras se dirigía hacia la zona donde se habían acumulado gran cantidad de cucurbitáceas y plantas aromáticas aún por recoger. Es posiblemente una de las mejores zonas de la Carón, ya que posee por si misma una belleza primigenia y cierto susurro que llama al acercarse.
Una gran sala acristalada de varios pisos, cargada de humedad y a una temperatura constante en los ciclos diurnos de 25 grados. Con una luz blanca y verde que persigue y encuentra cualquier hueco y que por algún motivo no evidente alegra la vista. Los ventiladores que mantienen el ciclo de aire y humedad constante provocan un movimiento en los aromas de estas plantas. La combinación del olor del melón, la sandía, las calabazas, pepinos, eneldo, albahaca... Al salir de la sala y pasar a otra se debe atravesar una antesala de limpieza, al atravesarla el cambio de aromas es radical. De las tomateras al bosque de bambú por ejemplo, hasta el aire parece estar hecho de otra sustancia.
¿Cómo debió ser entrar en un bosque tan espeso que no podía verse más allá de un metro delante de las propias narices? ¿y ver una pradera inmensa que baña hasta el horizonte?
Por muchas imágenes que vea uno como fotos o recreaciones, al simplemente estar en un huerto de estas dimensiones uno se da cuenta que, tristemente, no puede hacerse una idea completa. El estar en algo así de complejo a tantos niveles sensoriales es irreproducible. Generar un bosque y controlarlo... Nadie controla del todo un huerto, menos aún un bosque. Demasiadas sinergias naturales simultáneas. Lástima que la Tierra esté tan lejos, la guerra sea tan larga y la vida tan corta.
La sala está medio vacía. Eliot se acerca a una de las estructuras verticales de las que cuelgan montones de pepinos y empieza a cosecharlos con sus tijeras limpias.
—Eh. No iba en serio con que tengas que solucionarlo todo en una jornada.—Bill se acerca hacia él con gesto serio, quizás un poco culpable por si se ha vuelto a sobrepasar con su confianza.
—No me lo he tomado en serio. Nadie puede recoger todo esto en un día. No te preocupes, intentaré que salga lo máximo posible hoy.—Eliot está concentrado en su trabajo. Una parte de él tiene cierta esperanza en qué podría salir bien lo del examen, por otro lado, decirlo en voz alta le da miedo, como si lanzara una maldición o lo gafara.
—Oye.—Bill se acerca, mira atrás buscando si alguien más puede oírles.—Seguramente Alba no te ha dicho nada. Deberías asistir mañana por la "noche" al discurso. Te va a gustar. Créeme. Valdrá la pena.—Su gesto es más serio de lo habitual.
—Ehm... Vale. Ok. Iré. ¿Sabes que me convocaron al examen?
—Lo sé. No puedo decir más. Sigue con esto. Luego iremos todos a tomar algo y si no te parece demasiado intensito hemos dicho de intentar escribir algo que sea del estilo del libro.—Bill le sonríe con ese gesto raro, arrugando la nariz y cerrando un poco los ojos.
—Me lo ha dicho Yara. Iré. Aunque seáis unos intensos que hablan de cosas que nunca habéis visto. Dijiste que te pasarías por mi habitación con Yara para enseñarme el dichoso libro. Han sido tres ciclos bastante aburridos y algo estresantes. ¿Tú sabes que pueden citarte para un examen el mismo día?— Eliot intenta simular tranquilidad. Pero la idea de estar en un evento con su madre dando un discurso con el probable suspenso y la retahíla de descalificaciones a su persona para justificar su buen gobierno... No se le ocurre una manera peor de pasar su tiempo libre.
—Claro. No es tan raro. Y no he podido. Han sido buenas razones. Luego lo verás. Lo dicho, nos vemos luego. Ah, cámbiate la ropa, no vengas sucio de la granja, anda. ¡Tschüss!—Bill se marcha en dirección al bosque de bambú, echando un vistazo al trabajo de todos.
—Ya veremos jefe. Tschüss, tschüss... —Eliot suspira. "¿Qué querrá decir? Siempre con su aire misterioso. Últimamente apenas se le ve el pelo. Siempre tiene buenas razones, pero luego nunca las explica. Tendré que preguntarle directamente. Está haciendo algo importante y no quiere que le molestemos. Pero, ¿qué? Con lo aburrido que es esto podría compartirlo..." —Dalia, guíame por los puntos críticos a recoger.
—Claro, Eliot.