Carón - Ciclo 9496 (Parte I)

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Y como primera y última vez, de igual forma cada día, una reacción en cascada medida al milímetro producía una serie de estímulos que imitaban el amanecer. 

    El aire del habitáculo se enfriaba, se producía cierto rocío y la oscuridad total era reemplazada por unos tonos cálidos que rápidamente dejaban paso a una luz vigorosa que desafiaba las córneas de cualquiera. 

    De pronto un mirlo rompe el silencio. El chasquido de algunos petirrojos, insectos que vienen y van, que llegan tarde al trabajo. Y pareciera que las ramas de algunos árboles se mecieran produciendo un ligero crepitar en las hojas de sus extremos como un suave susurro que acompaña de una forma extrañamente más reconfortante que el propio silencio. Los mirlos, petirrojos, insectos y árboles quedaban muy lejos de allí, en espacio y tiempo. Se recopilaron, grabaron, procesaron y alimentaron la inteligencia artificial que vela cada día por los ritmos circadianos de los habitantes de la Carón.


    Poco a poco, remoloneando entre las sábanas, Eliot podía intuir unos tonos rojizos y naranjas a través de sus párpados, lo suficientemente agradable para insuflarle cierta energía, pero lo suficientemente molesto como para obligarle a levantarse de la cama. Todos estos estímulos se han mezclado con otro de esos extraños sueños que no logra entender y que se escabullen entre sus dedos poco antes de despertar, sin explicación, más vívidos que el propio día a día y que aparecen todas las noches desde hace algunos ciclos. 

    De un brinco mal medido sale de su cama, estrellando otra vez su dedo meñique del pie con la esquina de la mesita de noche. Buscando su toalla sin apenas abrir los ojos, siguiendo movimientos aprendidos y marcados como muescas en su cerebro, se mete en la ducha, abre la llave de agua caliente y le invade la mente un hilo de pensamiento que se abre paso como un sacacorchos especialmente mezquino: 

"Quizás, el miedo a que esto sea todo es lo que me llevó a empezar a quedarme hasta tarde en las noches de reunión. A esas juntas de críos y ancianos con ínfulas de revolucionarios. De discursos con buenas intenciones, llenos de quejas consecuentes y legítimas, pero de soluciones poco definidas, casi vaporosas, prácticamente etéreas y escurridizas cuando intentas fijarte más de dos segundos en ellas." 

    Eliot aprieta el mecanismo blando que le ofrece la solución de limpieza dérmica y, sin tiempo que perder, la lleva allá dónde no tiene escapatoria, fregándola enérgicamente contra el cuerpo. 

El calor del agua, el vapor y el sonido de las pequeñas aves e insectos a su alrededor y la ligeramente verdosa y blanca luz que llena la habitación le sumerge en un trance de lentos movimientos pero de pensamientos que surgen de la zona abisal de su nuca.

"Cuando estoy solo me siento entero. No hay cabida a cuestionarme quién demonios soy. Es absurda la propia idea en su raíz. Si hay alguien cerca esta duda crece como si se alimentara de sí misma. Supongo que por eso siento un cansancio horriblemente avergonzante cada vez que asisto a una de estas reuniones. Apenas digo nada. Solo ocultar a veces quién soy y a la vez dar la puntilla de mi opinión para justificarme aquí y ahora... ¡Qué pereza! La alternativa es resbalar en el día a día, no existir para fuera. Hacer lo mío y seguir en la más baja actitud. Mi madre odia esto de mí. Aunque, al mismo tiempo, me ha dado lo necesario para que todos se olviden de mí tapándome en la insignificancia. Nadie se acuerda de lo que hago porque no le importa a nadie. Podría hacerlo cualquiera. Muchas veces siento que si no tengo una conexión realmente profunda y sincera con los demás no merece la pena este calvario. En ocasiones digo que no puedo asistir a reuniones del sector, por más que me asegure Bill lo divertidas e hilarantes que son, por pura pereza de imaginarme atrapado en una conversación apasionada sobre por qué es preferible no acercarse con una fuente de fuego al tanque de nitrógeno o por qué llevar siempre los guantes puestos cuando manipulamos ácidos corrosivos es de las mejores ideas que uno puede tener. No dejan a uno pasarlo bien nunca..."

    La luz que le envuelve empieza a hacerse cada vez de un tono más blanco y su intensidad crece. Le envía un mensaje claro y tajante aunque pretende ser sutilmente agradable. "Venga, solo 5 minutos más..." Se queda embobado mirando un frasco de algo que debería haber reciclado hace tiempo. Una cigarra particularmente capaz provoca un tremendo estruendo que rompe con ese ambiente tranquilo y templado.

"Luego, al estar solo durante largos períodos, siento un dolor intenso por ir aislándome del resto. Se siente agridulce. Cuando me acerco a los demás de forma honesta no recibo una sensación mejor. Uno sabe si le gusta un libro cuando lo termina. Mientras lo lee solo es potencialmente un libro que adora o que detesta. Parece que esto podríamos extrapolarlo a cualquier relación humana con su entorno, incluidos sus semejantes."