Carón - Ciclo 9496 (Parte VII)
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Los ruidos de la madera y las hojas, crepitando y rozándose, sumados a los ventiladores que aleatoriamente se conectan y desconectan, van formando un paisaje sonoro de ruido blanco acolchado en el que, a lo lejos, puede distinguir el runrún de una conversación, aún ininteligible.
Parece que las ramas amortiguan el sonido. Hay alguien cerca de aquí de cháchara. No le sorprende, parece el sitio perfecto para perder el tiempo y que nadie se dé cuenta. Nota mental: en caso de necesitar una siesta, apunta este lugar.
Se acerca a la fuente del sonido y puede distinguir algunas palabras de la conversación que emergen entre los roces de los tallos.
Por pura casualidad, un ventilador mueve las palabras hacia sus oídos. Dos voces masculinas apenas pueden distinguirse:
—Ya ha empezado con la entrada. Dice que aún no se han dado cuenta. —La voz no le resulta familiar, lo cual le sorprende. En este módulo todos se conocen.
—Algunos de los dispositivos ya están arreglados. —El tono en el que utiliza esta palabra no es el habitual; arrastra cada sílaba de manera forzada, parece cargado de algo más. Esta voz sí le suena de algo. Podría ser uno de los chicos que trabajan con Bill.
—Sí. Ha activado los receptores y tiene los libros de registro. La próxima vez es probable que sea la última. Si lo hacéis bien. —Pausa un momento con cierto miedo—. Debemos estar preparados por si eso no ocurre. Si consigu… —Calla de repente y, seguidamente, se oye un chasquido entre las hojas.
Eliot sigue caminando. No tiene muy claro dónde se ha metido ni cómo salir de aquí. Estas plantas crecen más rápido de lo habitual y los senderos que se usaban antes ya no existen.
—Hola, Eliot.
Al llegar a un pequeño claro, Eliot se encuentra con Gulliver, quien sostiene una tijera de poda y una escoba. Es uno de los ayudantes de Bill. Le mira de arriba a abajo. Nunca le ha hecho mucha gracia verlo por allí, y menos aún que se lleve bien con Yara.
—Hola, Guli. ¿Qué tal? —Gulliver es un chico espigado, de cabello largo y rostro de niño. Sus malas maneras hacen un contrapunto casi cómico con su expresión angelical. Es un obseso del trabajo en la granja y muy apreciado por todos sus compañeros. Aunque siempre ha sentido un rechazo total por Eliot, que disimula delante de Yara y Bill de manera muy torpe.
—Bien, bien. ¿Qué haces por aquí? ¿Buscas algo? —Le hace un gesto con la cabeza, como señalando lo que les rodea—. No es tu zona.
—Sí. Me tocaba repasar los frutales y, para volver, he querido echar un vistazo a lo que hacéis por aquí. Bastante increíble.
—Ya. Oye, no creo que a nadie de aquí le haga gracia verte a escondidas entre las cañas. No es tu zona. Sé que a Bill y a Yara les haces mucha gracia, pero, en general, a nadie del módulo le gusta tener a uno de los de arriba dando vueltas. ¿Me entiendes?
—Captado. Pero ni estoy espiando a nadie ni soy de arriba. ¿Ok?
—Lo que tú digas. Te veo esta noche. —Gulliver hace una pausa y espera a que Eliot se aleje un poco—. Para… —Saborea la pausa y parece cargar de veneno cada sílaba que sigue—. …para celebrar tu existencia.
—¿Cómo?
—Tuviste el examen de ascenso. ¿Qué te preguntaron? "¿De qué color son las hojas?"
Eliot aprieta los dientes. Tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano para no coronar esa cara de querubín con una escoba estrellada en el cráneo.
—Sí. Tuve el examen. Y no, no me lo regalaron. Si alguien me regalara algo, no estaría aquí, hablando contigo.
—Ya. Claro. Eres el hijo de Alba. No somos imbéciles.
Eliot intenta controlarse. Al fin y al cabo, el que lleva una escoba y unas tijeras en cada mano es el otro.
—Soy el hijo de Alba. Y estoy aquí. Contigo. En un rango inferior, además. Oliendo mierda.
—Nadie había tenido hijos en miles de ciclos.
—Eso no es mi culpa.
—Ya. Pero los demás tenemos ahora que verte. "Todos somos iguales en la Carón" —entona con sorna y asco.
A Eliot empieza a acabársele la paciencia y su cabeza se acelera; siente la sangre inundar su cerebro y darle mil ideas por segundo.
—¿Hablabas con alguien? ¿Eh, Guli? Habéis puesto mucho empeño en que esto crezca muy rápido. Curioso. ¿Para qué? ¿Por qué es más importante que estas cañas llenen este habitáculo y crezcan hasta el techo que tener peras y manzanas? ¿Me he perdido algo en las reuniones?
Gulliver calla. Apenas parpadea y no le aparta la mirada. Aprieta la mandíbula.
—La ley.
—¿Qué? No te oigo.
—La ley es como un cuchillo. No corta al que lo maneja.
Eliot mira al techo y suspira. Se relaja y da la conversación por terminada. Sabe que Gulliver no le odia personalmente a él. No tiene motivos. Odia a Alba y lo que proyecta sobre Eliot: control total y desigualdad. Gulliver, como muchos otros (Eliot incluido), no cree en el sistema paranoico y anodino de la Carón. Gulliver es un simplón enfadado que, cuando le mira, tan solo puede ver a Alba y a un montón de ancianos espiando, abroncando y torturando. Repite lo que dicen sus compañeros sin entenderlo. Copia conductas y maneras. Y la presencia del hijo de la mandamás enciende en su escasa mollera el pequeño detective que ve conspiraciones por todas partes.
—Luego saludo a Yara de tu parte. Le gustará esa frase.
Eliot empieza a destensar su mandíbula. Aún siente la adrenalina golpeando sus sienes. Toma el primer hueco disponible para salir de allí.
Sin mirar atrás, y sin saber muy bien dónde se mete. Esta amalgama de verdes y amarillos es un muro que surge en cualquier dirección. La interminable sucesión de ramas y hojas, de chasquidos, roces y crujidos, de paredes hasta el techo que se tragan la luz, le produce claustrofobia y la sensación de que le vigilan en la oscuridad, que siguen sus pasos y que está rodeado de una presencia que solo le quiere mal. Camina lo más rápido y firme que dan sus piernas para salir del puñetero y espeso bosque.
—Échame una mano, Dalia. Quiero salir de este puto sitio ya.
—Sí, Eliot.