Carón - Ciclo 9496 (Parte VIII)
Después de lo que parecía una eternidad atravesando un infierno de tonalidades verdes, Eliot consigue salir de la sala boscosa siguiendo las indicaciones de Dalia.
Recorre el módulo hortícola a todo lo que dan sus piernas y de forma apresurada deja sus bártulos de trabajo en la zona de la entrada.
Mientras se cambia de ropa un zumbido en la superficie metálica de la taquilla advierte de algo importante. El dispositivo de muñeca vibra con insistencia mientras él se pelea por liberar el cráneo de los pliegues de ropa. Lo revisa como puede y en la pantalla aparece un aviso en color rojo: debe personarse en menos de 20 minutos en la sala magna para una celebración. La asistencia, marca en color y fuente lo más agresivos posible, es obligatoria. Coge un mono caqui para eventos y se peina a todo correr.
Toma una de las cintas transportadoras sin pensárselo dos veces y se dirige hacia el corazón de la Carón. La sala Magna está situada en un anillo concéntrico más interno que en el que se encuentran él, su habitáculo y la zona agrícola. En este anillo aún no es obligatorio llevar calzado magnético para contrarrestar la menor gravedad artificial pero se recomienda. Los siguientes niveles más cercanos al centro de la nave sí que obligan a tener una serie de medidas de seguridad en cuenta como el calzado magnético o llevar líquidos o piezas pequeñas sueltas. Eliot sabe que lleve puesto o no el calzado no cambiará el tono con el que lo van a tratar. Recibirá algún comentario despectivo al respecto por parte de quién lleve el protocolo de la zona. Así que lo pragmático es no pensar mucho en ello y hacerse el despistado.
En pocos minutos la cinta transportadora llega a la puerta de intercambio anular de la nave. Debe bajar y cruzar una zona de transición entre anillos. Sorprendentemente hoy no hay ningún guardia en la puerta del intercambiador. En el pasillo que une ambos lados puede sentir como va perdiendo peso poco a poco, como sus pasos son sutilmente más ligeros y sus zancadas algo más largas.
Al llegar a la gran sala ya hay una congregación enorme de gente. Pocas veces se puede ver a tantas personas coincidir en sus ciclos diarios en una misma sala. Solo en eventos importantes como celebraciones y festejos. No suelen ser comunes. No pueden perder tiempo, energía y materiales en superficialidades de forma habitual. La vida en la Carón es obligatoriamente asceta.
Es una sala realmente grande, como dos veces el módulo agrícola. Los techos son muy altos, con varios balcones a distintos niveles. En las paredes se proyecta lo que parece ser el reflejo de una superficie de agua en calma y se puede oír lo que llaman "el rumor del oleaje", un sonido que da cuerpo y presencia al aire de la sala. Que relaja y enmascara el sonido de múltiples conversaciones al unísono.
Entre
la muchedumbre de cabezas y monos de trabajo de tonalidades caqui
distingue la figura de Yara. Su altura y tez morena son un faro que
sobresale entre el anodino rocódromo cabecil circundante. Hoy ha
decidido ponerse una especie de gorrito ridículo que seguramente ha
tejido ella misma con ayuda de Lena. Por un automatismo no razonado se
dirige hacia ella. Yara parece inquieta y está revisando a su alrededor
si encuentra entre la masa alguna cara conocida. Al detectarle su ojos
se iluminan.
—¡Ey! ¿Tú sabes algo de esto?— Yara habla con evidente sorpresa y esconde un poco de preocupación en la mirada. Que les convoquen a todos de improviso pone en riesgo su plan de leer y contar historias o rimas desproporcionadamente intensas esta noche con sus compañeros.
—No.
No tengo ni idea de qué pasa. Bill me dijo que asistiera "mañana" al
discurso. Parece que lo han adelantado. Al principio pensaba que era por
algo relacionado con el exámen del otro día pero no veo la necesidad de
ridiculizarme delante de tanta gente.
—¡Yara!— La voz de Lena se abre paso entre el gentío. Una chica de cabello color caoba rizado y baja estatura avanza entre la muchedumbre con la determinación de un topo en la tierra húmeda. Sus brazos apartan cuerpos con la facilidad de quien pasea sus dedos entre cabellos. Se acerca a ellos con una sonrisa grabada a piedra en el rostro. Sus ojos no pueden apartarse de Yara.
—¡Lena! ¿Qué tal el día libre? ¿Has visto a los demás? Llevo todo el día sin saber nada de Guli.
—Hola Lena.—A Eliot le reconforta su presencia. Siempre se han llevado bien. Nunca le ha visto como un rival y sus inusualmente poderosos brazos le hacen sentir protegido. Sorprende que alguien de tan pequeño tamaño tenga semejante determinación y fuerza. Tenerla de compañera en la granja y de amiga fuera hace que el día a día sea más sencillo.
—¡Hola Eliot! ¡No sé nada de Guli! Le vi parloteando él solo por el bosque de bambú hace unas seis horas. Seguramente repasando el temario del otro día. ¿Sabéis por qué nos convocan de golpe y porrazo? Estaba escribiendo en mi habitación y la pulsera se ha puesto a vibrar como loca.— Lena señala su muñeca, gesticulando de forma exagerada y con los ojos muy abiertos. Su intensidad y fuerza son inversamente proporcionales a su altura.
Cuando
Eliot iba a contestarle las luces de la sala se atenuan y las
proyecciones paran. Se hace un silencio y el rumor del oleaje que
acompaña y mece los ánimos de los asistentes desaparece.
En uno de
los balcones más amplios de la estancia se iluminan las paredes y las
puertas de cada punta se abren. De ellas empiezan a salir miembros de
responsabilidad de la Carón con un mono ceremonial de color burdeos. Se
van repartiendo por el poco espacio que tienen, dejando un espacio vacío
en el medio.
Eliot y Yara se miran inquietos, sorprendidos, hace mucho tiempo que no ven una escena similar.
Entre todos ellos pueden distinguir a Bill que con gesto solemne cruza su manos y las deja relajadas ante si. Mantiene un semblante serio con media sonrisa que le da un aire de estar por encima de lo que ocurre. Aunque, por otro lado, se puede distinguir que se ha peinado y recortado el bigote, cosa que no pasa todos los días.
El ambiente es tenso y entre el silencio se oye alguna tos solitaria y el runrún de sorpresa de algunos miembros que no pueden más con la curiosidad.
El ruido se corta fulminante al aparecer Alba, que cruza entre los miembros del balcón que se apartan suavemente en su presencia, como si fueran gotas de aceite flotando en el agua. Con paso decidido y su siempre sonrisa burlona les mira. Sus ojos nunca sonríen con su boca. Están a otros asuntos. Su función es más parecida a la de un puñal de hielo que a ser globos oculares.
Se coloca en el centro y apoya sus manos en la barandilla, les mira a todos como si mirara aquello que es suyo. Calmada, sonriendo, callada.
Despacio, Eliot acerca su cabeza a la de Yara, y abriendo solo la mitad de la boca dice:
—Esto es lo que debían sentir los corderos cuando entraban en el matadero.