Děčín - Parte I

 


A lo lejos, un punto de piedra clara se alza sobre la colina, graciosamente, como la maqueta de juegos de un niño: blanco, con tejado de tejas rojas, orgulloso y ajeno a lo que realmente ocurre en la vasta pradera que recorre el espacio entre las colinas boscosas y los afluentes del Elba.

Los caminos siguen los cursos donde antes había agua y rodean las elevaciones en la medida en que pueden. En cada soplo, el viento arrastra la música de una flauta a lo lejos y mece la altísima hierba seca y amarilla, que parece bailar lánguidamente mientras inunda todo el paisaje.

El aire carga un rastro de hielo seco que agrieta y rasga la nariz. Por si fuera poco, irrita los ojos y seca el pecho. El frío abre las carnes de los nudillos, y ni la ropa de lana puede cubrirle del todo.

El rítmico caminar sobre su montura, el sonido del crepitar de hojas secas, madera muerta y polvo, algún zorzal a lo lejos...

En un estado entre el sueño y la vigilia, da vueltas a su cabeza para recordar qué hace aquí y a dónde va.

Sigue avanzando sin una dirección clara, y al llegar a una intersección cerca de un puente que cruza lo que antes debió ser un río, ve llegar a un pastor que busca pastos de invierno, seguido del trinar de su ganado y la actividad eléctrica de su perro. En el cauce vacío, en lo que fue el fondo fangoso, se puede leer esculpido en una roca:

"Wenn du mich siehst, dann weine."

El pastor se acerca viédole ensimismado con la imagen de la piedra. Le hace un gesto para que se acerque a hablar con él.

—Con Dios, joven. Buenas tardes.

Al pobre jinete le entra el pánico. No sabe muy bien qué está haciendo ni a dónde puede llevarle esta conversación.

—Buenas tardes... pastor.

El hombre se acerca con el rostro serio y la mirada precavida. Parece no fiarse de él.

—Mal augurio. Una piedra del hambre. Una marca de los abuelos de nuestros abuelos, quizás escrita antes de morir con la barriga vacía. Nada bueno.

El jinete no sabe qué contestar. Siente que no es la primera vez que lee este mensaje, pero no puede recordar dónde. 

—¿Entiendes el alto polabio? ¿Quieres o tienes algo para cambiar? Estamos sobrados de hierba seca, pedernal y ovejas, como podrás comprobar. Pero faltos de latón, pan, calzado, sal... Y agua. Aunque estas pobres me dan leche y no sé cómo lo hacen, parece que esa hierba les da lo que necesitan y si no, pues chupan una piedra y santas pascuas... Que fácil lo tienen ¡Eh, Ludmila, no te alejes tanto!

El jinete guarda silencio e intenta discernir si lo que diga podría resultar en su contra o no. 

El otro día hice una flauta de hueso. Si os aburrís allá arriba, podría cambiarla por algo de pescado en salazón o de plumas de ganso. Hace tiempo que quiero dormir sobre blando. ¡O mejor! Seguro que tenéis vino. Mi bota está vacía desde hace tiempo. Y la leche es buena, pero ya me entiendes. Las posadas de la zona hace tiempo que fueron abandonadas, y si queda alguna, no quieren saber nada de intercambiar cerveza con alguien como yo. —De pronto chista hacia la lejanía— ¡Jarmila! ¿Dónde crees que vas? Estas ovejas no paran quietas y no entienden de personas en el camino.

—No. No, no. Lo siento.

Evita mirarle a los ojos. No entiende nada. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

—¿Estás bien, joven? —El pastor le escudriña con la mirada, receloso y preocupado.— Si necesitas ayuda, solo pídela y veré qué puedo hacer.

El rostro arrugado y quemado por los elementos le envejece más que el propio tiempo. Sus formas y pose son duras. Alguien que sobrevive solo y no tiene más compañía que la que le proporcionan su ganado y la sombra de algún buen roble donde matar el tiempo.

—¿Y en el castillo? Llevas el mismo uniforme de esos petulantes mozalbetes. Se meten por todas partes, roban y saquean las casas que encuentran vacías... Hace pocos días me robaron un par de quesos y un zurrón. Pero no quiero problemas, todos estamos necesitados y, en ese castillo, mi palabra vale menos que la de esos holgazanes, si tú me entiendes. ¿Necesitan lana para los colchones o leche para la mantequilla? También he encontrado algunas setas, frutos y hierbas que podrían ser de su interés.

No sabe qué responder o qué preguntar. Si le dice lo que piensa o quién es realmente, pensará que está loco. Por otro lado, si no encuentra agua y refugio, quizás esté en problemas de verdad. Tiene que hacer algo.

—¿El castillo? Sí, sí, supongo que sí. Puedes acercarte conmigo. Sí. Pero me he perdido. —La frase extraña al pastor, que da un respingo y le mira como si estuviera loco, pero le agrada tener a alguien en deuda con él, por lo que enseguida ablanda el gesto y le presta ayuda con total naturalidad.

—Me acercaré más adelante. No quiero ir contigo. No es nada personal, muchacho. El perro se pone nervioso cerca de los caballos. Voy de camino a la capilla verde. Quiero presentar mis respetos a Velmar y pasaré la noche allí ¡CHST! ¡Jarmila! ¡ya te lo he dicho! 

El jinete va bajando la guardia. El pastor parece inofensivo y podría serle de ayuda. 

—¿Cómo las diferencias? ¿todas tienen nombre?

— ¡PUES CLARO QUE TIENEN NOMBRE! ¿Tu no diferencias a tus hermanos de tu padre? Que paparruchas. Cuando tenga un momento me acercaré a preguntar al condenado castillo. ¿Y tú, eh, tienes nombre? ¿Te podrán diferenciar de tus compañeros todos vestidos igual? ¡Que preguntas hay que oír! Que si las ovejas tienen nombre. Ni que fueran ranas. ¡Ja! Que ideas... Eres divertido. Un soldado gracioso. Eso es raro... ¿Tienes nombre, joven?

—Emm, sí. Eliot. Me llamo Eliot.

El pastor lanza un grito de sorpresa y un gesto de desaprobación.

—¡Santo Wenceslao! Vaya nombre, Eliot. Debes ser forastero. Muchos lo son últimamente. Nosotros nos marchamos y vosotros venís. Parece que el duque alista ya a cualquiera. Que me lo expliquen si tiene sentido. ¡Eliot! Cuando vaya a visitarte hablaré con ese duque desesperado, intentaré dejarle a Jarmila para que la alisté también, a lo mejor me da hasta algo de plata por ella. ¿Has oído Jarmila? Vas a ver mundo.— Solo imaginar a la oveja siendo soldado hace que el pastor estallé en carcajadas. Hasta que consigue coger aire de nuevo necesita un buen rato y con dificultades prosigue la conversación mientras se seca una lagrima: Yo soy Karel. Preguntaré por ti en ese dichoso castillo. —El pastor se cuadra y le mira de reojo. De pronto parece brotarle una idea en la cabeza y rebusca en sus bolsillos.

—Chico, no sé si con el ritmo que tienes y la velocidad con la que respondes llegarás antes de que se haga de noche al castillo. Toma. Quédate esto.

El pastor deposita con cuidado en su mano una pieza tallada, muy liviana y con formas suaves y redondeadas, de lo que parece un oso.

—Lo tallé con el otro trozo de hueso que me sobró de la flauta. Yo ya tengo varios. Te protegerá de los osos. Cada noche bajan de las colinas y rebuscan comida antes de que llegue el invierno. Están más nerviosos que de costumbre. Y ese caballo les va a atraer como la miel. Ten cuidado.

Confuso y claramente asustado, intenta otear el punto que resulta ser el castillo en la lejanía. Mira al pastor con cierto recelo de separarse de él, pero entiende que una persona así no quiere tener cerca a nada que no sea una oveja más tiempo del necesario. Sostiene la pequeña figura en su mano, y con respeto la guarda en un pliegue de su ropa.

—Un placer, Karel. Muchas gracias por el amuleto y las indicaciones. Te veré en el castillo. Avisaré que traes mercancías y ganas de comerciar.

El pastor le dirige una sonrisa frugal mientras le ve marchar. Al poco, le lanza una mirada como quien ve a un loco o un bicho raro y grita:

—¡Avisa que traigo un nuevo y flamante soldado! ¡JA! 

—¡Hablaré bien de la brava Jarmila!

—¡Eso! y di que la leña no calienta y el agua, o no hay, o no calma la sed. Hay nieve en los cabezos y las piedras del río con mensajes de nuestros abuelos asoman. Díselo a tu duque. Vais a necesitar más lana y leche que nunca. Y recuerda, la figura es tuya. Solo tuya. No dejes que nadie la vea.

—¡Lo haré! Gracias. Con Dios, Karel.

—Yo sí. En tu caso, con Velmar, Eliot. —La voz del pastor se pierde tras un silbido y los ruidos del ganado, que rápidamente siguen a su guía.